07/52 Los domingos son…

Los domingos son una pelea conmigo misma. Me levanto tarde y me convenzo de que no hay prisa. Rara vez tengo algo que hacer o un sitio donde estar. Me obligo a descansar tanto como puedo. A veces, la sencilla tarea de desterrar de la mente los pensamientos sobre el desastre que está por venir es agotadora: debería monetizar uno de mis hobbies, ser más productiva, conseguir otra chamba que pueda hacer el fin de semana. Podría adelantarle a… y no, no puedo. Más bien, no debo. Tengo que aprender a descansar, llevo una década en eso con resultados variables.

Los domingos son una reconquista. De niña, nunca tuve control sobre ellos. Estaban planeados por mí. Tenía que asistir al oficio religioso de una fe que no era la mía, visitar a familiares o limpiar la casa. Mi mamá adoptiva tenía una cruzada contra el ocio: siempre había que estar haciendo algo; había que ganarse el descanso a fuerza a agotamiento.

Los domingos son agridulces. La libertad de hacer lo que quiera con mi tiempo es maravillosa si consigo descansar, pero amarga cuando mi cerebro decide que es momento de inundarme con culpa.

Los domingos son un espacio gris.

Pero los lunes son peores.