08/52 No somos máquinas

Edna Montes
3 min readApr 15, 2023

El doctor levanta el bisturí y hace un corte profundo. Identifico la piel, la grasa y el músculo. Contengo la respiración un momento. No sé nada de medicina. Mejor dicho: sé lo que aprendes cuando eres una entusiasta de los programas de cirugías. Sigue equivaliendo a nada y está lejos de salvar más vidas que hacer RCP cantando Stayin’ Alive como en The Office.

Desde que recibí mi primer diagnóstico, empezó a chocarme que las personas a mi alrededor se refirieran al cuerpo humano como «una máquina perfecta». Una máquina perfecta no querría matarme por mascar un trozo de piña o por un desbalance en los químicos cerebrales, no tendría problemas para regularse y, de haberlos, se repararía con facilidad. No importa lo mucho que nos lo repitamos, es mentira: las personas somos seres orgánicos, frágiles y mortales. Nada como un tropezón en la escalera o un trago a esa agua que no etiquetaron en el comedor de la oficina para recordarlo.

Volví a rumiar furiosamente el tema porque:

1. Leiji Matsumoto, una de mis referencias más entrañables y queridas de la vida falleció el 13 de febrero.

2. Se cumplió un año de mi cirugía de tobillo.

3. El sueño del Home Office se está desvaneciendo y, junto con otras cosas de trabajo, ha sido un golpe muy duro para mi salud mental.

4. Vi este ensayo maravilloso en defensa de la ineficiencia.

En «Maetel Legend», Matsumoto nos entrega mucho más que un conector entre obras de su universo. En una serie de dos OVAs conocemos el estado del planeta La-Metal, desplazado de su órbita y sometido a un invierno perpetuo que hace cada vez más difícil la supervivencia de los humanos que lo habitan. La solución planteada es someterse a una cirugía de mecanización. Preservar la conciencia y olvidarse de todo componente orgánico. La aproximación de Matsumoto a la eterna pregunta de qué nos hace humanos es compleja. Ahora que soy algo así como un cyborg, gracias al implante de tobillo con el que me «arreglaron», no estoy por la labor de condenar los repuestos y reemplazos con los que la tecnología médica nos ha obsequiado. Pero sí creo que vale la pena considerar cómo las palabras que usamos para definirnos terminan por determinar nuestra relación con el mundo.

Las personas no siempre usamos lenguaje mecánico para referirnos a nosotros mismos. Para empezar porque, durante buena parte de nuestra historia, esa tecnología no existía. Al parecer, adoptamos el vocabulario de la Era Industrial, cuando los relojes checadores y la tecnología de las fábricas comenzó a dominar el panorama. A medida que adoptamos las palabras de las maquinas para nuestros cuerpos, también adoptamos sus valores como fundamentales: ser eficientes, incansables y siempre productivos. Plot twist: en la Era Digital, empezamos a pensar en nosotros con términos computacionales: «No computo», «Hacks de vida», «Multitaskear». No es de sorprender que estemos adoptando también los valores de las computadoras y, por ende, creamos que las inteligencias artificiales están a nada de reemplazarnos a todos. Si nuestros cerebros son «máquinas» y la creatividad debe ser un proceso mecánico que puede ser optimizado ¿no?

Mientras lidiamos con la explotación extrema de los recursos naturales y las personas, ¿por qué no hacer un alto y recordarnos que somos orgánicos? No somos ni diferentes ni superiores a ninguna otra especie animal o vegetal sobre el planeta. En todo caso, tenemos una responsabilidad para con ellos *inserte frase cliché del tío Ben en Spiderman aquí*. Hablemos también de las políticas del control de los cuerpos: ¿Ocho o más horas en una aula, oficina o almacén determinan en realidad el valor de nuestro trabajo o su eficiencia? ¿Fijan nuestro valor como humanos?

No tengo respuestas, pero ¿no son las preguntas parte de la esencia humana?

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Edna Montes

Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.