[1/52]Los suspiros son aire y van al aire

Edna Montes
3 min readJan 5, 2021

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Photo by Nick Fewings on Unsplash

Mi tío fue el que me introdujo a la poesía. Cada vez que me acuerdo de él, me entra una nostalgia intensa que me hace añicos. En los cinco años que han pasado desde que murió, cada vez descubro más y más piezas de él en mí. A tío le gustaba el punk y toda la música británica que aprendí a amar. Ahora, reproducir muchas de nuestras canciones favoritas se volvió una apuesta entre si me reducirán a cenizas o me alzaré como un fénix lleno de gratitud porque fue mío: mi tío, mi amigo, el hermano mayor que siempre quise y no me di cuenta que ya tenía.

De pequeña, era tímida a un grado enfermizo. No me gustaba hablar frente a extraños y si las maestras me preguntaban algo en clase siempre me trababa al responder. Si había que exponer, como es norma en cualquier primaria mexicana, me pasaba la noche anterior sin dormir, aunque mi equipo hubiera decidido que yo sólo me parara a un lado y me quedara callada. Ahora, ya adulta, por fin tengo una explicación médica: he sufrido ansiedad y depresión desde siempre. Era tanta la ansiedad que me enfermaba, literalmente, hacer exámenes. Sudaba, temblaba y a veces nada más entregar la hoja tenía que correr al baño a vomitar.

Tío halló una solución más o menos funcional: si sabía qué decir todo se me hacía más fácil. Así que me creó un pequeño guion para saludar gente nueva y presentarme. Como el experimento tuvo éxito, tío dedujo que el siguiente paso era trabajar con mi memoria y mi pavor de hablar en público. Así fue como terminé en los populares concursos de declamación de la escuela. Escogíamos un poema, él me ayudaba a aprendérmelo y, cuando estaba sobre la tarima, concentrarme en cómo decir bien el poema que practicamos cientos de veces en la sala de la casa me ayudaba a no morirme de nervios.

A diferencia de mi tío, la ansiedad sigue conmigo. No se irá nunca. Pero la poesía también se quedó. Cuando estoy muy inquieta o agobiada, salir a caminar me ayuda despejar la mente. Andar sin un rumbo fijo hasta que mi cuerpo me indica que va siendo hora de volver a casa con las energías restantes. En los momentos de mayor angustia me descubro recitando algo como:

«La puerta hacia una noche oscura se abre
¡A caminar… y que los píes me sangren!
¡A caminar como un fantasma errante,
los ojos ciegos y el cabello al aire!»

A veces suspiro o veo una golondrina y me acuerdo de poemas Bécquer. Cuando tengo que entretener niños me sorprendo recitándoles «A Margarita». Si la depre me puede tanto que no logro ponerla en palabras, tomo prestadas las de Plath, Pizarnik, Dickinson o alguien más.

Lo mío, lo mío es la narrativa. Aunque de adolescente, como muchas chicas de mi edad escribí poemas (Malos. Malísimos. Con rimas de las más básicas del mundo mundial), llegué a la aceptación de que no soy poeta. Puedo vivir con eso, o mejor dicho: puedo vivir mejor gracias a que leo poesía.

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Edna Montes
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Written by Edna Montes

Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.

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