[11/52] ¡Las cosas que tiene que hacer una!

Edna Montes
3 min readMar 19, 2021

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Photo by Geronimo Giqueaux on Unsplash

Una noche cualquiera, en una parada de autobús en Guadalajara:

— ¿Llevas mucho esperando?
— No, como 5 minutos.
— Si no es mucha indiscreción ¿qué ruta esperas?
— La 640.
— Ah, entonces esperamos la misma.
— Sí, aunque es muy tardada.

Aunque procuro salir lo menos posible hasta recibir la ansiada vacuna contra el cobicho, tuve que ir con mi alergólogo a una cita de rutina. La primavera me hace mucho daño, en especial la tapatía que es más calurosa y florida que la de CDMX. Como el bolsillo no está para ir a todos lados en Uber, tomo el camión con el gel antibacterial a la mano, el cubrebocas bien puesto y algo de miedito. Se sabe que, a estas alturas, no contagiarse es una cuestión de mitad suerte mitad cuidado.

Salí de la cita médica con un brazo adolorido por la maravillosa inyección que le ayudará a mi sistema inmune a ser un poquito menos debilucho. Ya era de noche. Caminé un par de cuadras a la parada más cercana e iluminada. Descarté la idea de ir a otra donde pasa una ruta más directa a mi casa, pero que siempre va más llena. Me pregunté si me sentía valiente como para atravesar otras seis cuadras con el brazo así: no, muy mala idea. Me planté en la esquina-parada-designada-opción-no-tan-arriesgada. Unos minutos después la vi llegar: un poco más bajita que yo, con uniforme y cubrebocas rosa. Después de tantearnos cuidadosamente la una a la otra, se me acercó respetando el metro y medio de sana distancia. Comenzamos el diálogo de cortesía que se da a menudo entre dos (o más) mujeres que se hacen compañía mientras esperan el autobús.

— Ah, entonces esperamos la misma.
— Sí, aunque es muy tardada.

Y la conversación sigue, que también me deja el 51 pero para llegar a la parada hay que atravesar calles muy oscuras y solas. Que ella nunca sale tan tarde del trabajo y que pensó que esa parada era la mejor opción: una esquina muy iluminada, perpendicular de dos avenidas transitadas y con un café concurrido.

— Aunque no contaba con que iba a estar cerrado, el ambiente de la ciudad está muy raro.
— Es la pandemia.

Las calles están más solas y las ironías de la plaga designan que ese pedazo de tela en la cara que nos protege del contagio también nos receta muchos sobresaltos. Años de experiencia en leer caras y cuerpos para anticipar el peligro se ven imposibilitados de golpe. Seguimos hablando de todo y nada:

— ¡Las cosas que tiene que hacer una! — me dice.

Asiento con la cabeza. Lo sabemos las dos: el protocolo siempre mutante que una mujer implementa para volver a salvo a casa. El 640 se acerca, ambas le decimos a la otra que por favor se suba primero, con esa cortesía que te regala la complicidad. Nos sentamos separadas. No sabemos más de la otra hasta que la primera en bajarse dice adiós con la mano, como si fuéramos amigas. Y lo fuimos, por un rato, compañeras de ruta que no saben ni sus nombres.

A veces, me siento muy sola cuando pienso en todo lo que implica ser mujer en un país tan violento y machista como México. Me pongo furiosa porque no quiero cederle mi vida ni mis espacios al miedo, pero no puedo dejar de sentirlo. Camino por las calles firme y atenta a todo a mi alrededor. Hago una lista de cosas que debo llevar en la bolsa o la mochila, lo que sea que pueda inclinar la balanza a mi favor en caso de emergencia. Pero, esta vez, mientras recorro a paso rápido las pocas calles que separan la parada de mi casa, me siento contenta: no estamos solas, estamos ahí las unas para las otras en miles de formas cotidianas y sutiles. Nos cuidamos.

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Edna Montes
Edna Montes

Written by Edna Montes

Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.

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