[2/52] Tú y tus dramas…

Chico conoce a chica (pero ella es una sirena)
Chica conoce a chico (que es un inmortal harto de vivir y sólo ella puede matar)
Chico conoce a chico (en un mundo de fantasía basado en la antigua China; la censura gubernamental los hace pasar por «amigos» sin mucho éxito)
La primera vez que vi un drama oriental fue en el 2002, «Todo sobre Eva» se coló en la TV abierta. Para ese entonces ya era bastante Otaku, pero nunca había visto nada que no fuera japonés y animado. Tampoco las Telenovelas, mis padres enfatizaron que eso no era para niñas (aunque todas mis compañeras de la escuela las veían y yo me quedaba fuera de las charlas sobre lo que sufría Thalía en la María-lo-que-sea en turno). Ahí estaba yo a mis 17, con un pie en la universidad para estudiar Periodismo: igual que Sun Mi, la protagonista de ese drama coreano. Durante 20 capítulos, fui cautiva de lo que mi mamá llamaba mi «novela china» y que en parte (me atrevo a confesarlo ahora) empecé a ver porque la hacía enojar (igual que mis «monos chinos», o sea, el anime). Recuerdo que me pasé días enojada después del final, cuando Sun Mi renuncia a la preciada beca de posgrado en el extranjero para casarse con el guapo millonario.
A mucha gente le sorprende que me gusten los dramas (en especial los coreanos). Cualquiera que haya visto más de uno, o esa joya llamada «Dramaworld» en Netflix, entiende que los K-Dramas son un universo estricto con reglas bien definidas: la mayoría en torno al amor y las relaciones. La cosa es que mi postura no ha cambiado en lo básico desde los 17: me asumo feminista, me cagan los mitos del amor romántico y soy más bien realista (casi cínica) en lo que respecta a las relaciones amorosas. Entonces ¿por qué llevo 18 años de mi vida enganchándome por periodos a algún drama oriental?
Estoy negada para el ligue. Si le gusto a alguien puede darme todas las señales pactadas por la sociedad sin que yo pesque ni una. Si alguien me gusta, no sé qué hacer y la cago a niveles señor Darcy. Mi historia amorosa tiene grandes hits como: «¿Qué hace un lugar como este en un chico como tú?», «Hago maratones los fines de semana/Yo también/ ¿llevas mucho corriendo? /No, maratones de series/Ah…» y remixes de chavos que me dicen «Tú me gustabas hace años, pero no me pelaste» (nunca me enteré sino hasta ese momento que me lo dicen). Lo anterior viene al caso porque fue en las chicas física y socialmente torpes de los dramas coreanos que me sentí representada por primera vez. Me ayudaron a reírme de mí misma, de mis incapacidades y frustraciones.
Mi terapeuta dice que tener rutinas me ayuda a controlar la ansiedad. En ese caso, los dramas son perfectos para lidiar con los días más duros: siempre sé que esperar. Las situaciones pueden empeorar y enredarse, pero al final todo saldrá bien. Los «malos» (de haberlos) recibirán su merecido. La verdadera fantasía del género no está en las sirenas, los aliens o los fantasmas, sino en la idea de que la vida es justa. La mayor ficción es que todo se puede ver en blanco y negro; no en escalas de grises.
Quizá no hay razones sesudas y debo admitir que no soy tan cínica. A la mejor me gustan porque son historias de amor con final feliz garantizado. Un escape dulce de las complicaciones de la vida cotidiana de «adulto funcional»; esa también es una razón válida para consumir cualquier tipo de ficción. Aquí toca invocar a Walt Whitman: «¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes).»
Postdata con spoilers:
En «She was pretty» de 2015, Hye-jin está en un periodo bajo de su vida: no tiene un buen empleo, apenas llega a fin de mes, etc. Entonces llega la fecha en la que había acordado reunirse con su crush de la infancia. Responde a sus mensajes pensando que ver al chico feíto de siempre la consolará. Plot twist: ahora es guapísimo y exitoso. Hye-jin le pide a su roomie la guapa que vaya a la cita haciéndose pasar por ella. Eso le da pie a una comedia de equivocaciones cuando el crush de la infancia, Sung-joon resulta ser su nuevo jefe y Hye-jin debe ocultar su identidad a toda costa. Al final no hay ningún makeover milagroso, Hye-jin dice la verdad, se queda con el chico y persigue su sueño de ser escritora. Declina irse con Sung-joon a París y ambos mantienen una relación a distancia que marcha bien.
En «Romance is a Bonus Book» de 2019, vemos a una mujer divorciada y con una hija luchar con el abandono del exmarido. Como se alejó del mercado laboral para ser ama de casa, Dan-i es incapaz de hallar un empleo digno a pesar de que fue una publicista estrella, ganadora de premios, etc. Tampoco halla un empleo menor porque está «sobrecalificada». Vive en una casa abandonada y al borde de la demolición para ahorrar todo lo posible y poder pagar el colegio-internado de su hija. Al borde de la precariedad, a Dan-i la contacta su amigo Eun-ho, escritor de éxito, profesor universitario y el editor más joven de una editorial. Eun-ho le pide que le consiga una persona para ayudarle con la limpieza en su casa, Dan-i finge contratar a alguien y en su lugar ella realiza las labores. Cuando la casa donde vivía es demolida, se muda clandestinamente al ático de Eun-ho, sin avisarle. Él se da cuenta de la situación, le cuenta dónde trabaja y ella nota que en la editorial necesitan una asistente sin estudios, para realizar labores menores. Dan-i finge que no terminó la prepa para conseguir el trabajo. Al final, Dan-i reconstruye su vida y, aunque con ayuda, se salva a sí misma. (También encuentra el amor, claro, es una comedia romántica).
Esos dos han sido mis dramas consentidos de los últimos años porque creo que son justicia poética para Sun Mi. Son lo que una buena amiga le habría dicho: «Date cuenta, no tienes que renunciar a ti ni a tus sueños para ser amada». Los dramas van evolucionando para contar nuevas historias, como «The Untamed» que con todo y la censura del gobierno chino se las ingenia para contar la historia de amor entre dos chicos. Creo que los dramas van madurando con sus espectadores y las sociedades que los producen, también.