[3/52] El exquisito horror de su realidad
Mamá me dice que la Pandemia la ha puesto ansiosa, siente que se está volviendo muy «hippie» con eso de meditar y hacer yoga. Compartimos rutinas de ejercicio en casa, recetas e, inevitablemente, recomendaciones de qué ver en las plataformas de streaming. «Ya no soy tan valiente como antes» replica cuando le recomiendo mis pelis favoritas de terror; ya no puede verlas de noche porque le dan pesadillas. Quiero decirle que (tras casi un año de confinamiento, enfermedad y pérdidas) ya nadie es tan valiente como antes. En lugar de eso, le cuento que yo sí las veo de noche, a todas horas, y espero poder seguir así siempre porque el terror es mi especialidad. Rara la vez lo admito en voz alta por culpa del maldito síndrome de la impostora, pero es así.
«A ti siempre te ha gustado el terror, desde muy chiquita. Te encantaba que te leyera a Poe». Recuerdo aquellas tardes que pasé en el sofá de la casa aterrada por un corazón que latía bajo las tablas del suelo o el invitado macabro que se colaba a la fiesta. Mamá todavía conserva el tomo de «Narraciones Extraordinarias» del que me leía. No bien se decretó el confinamiento por la pandemia, corrí a releer «La muerte de la máscara roja» (cliché donde los haya). Ahora, a la distancia, me hace comprender algo sobre mí: sólo consigo procesar los horrores de la realidad con la ayuda de la ficción. En los libros, a diferencia del mundo real, siempre me siento a salvo.
Cuando empecé a escribir, imitaba mucho el estilo de Poe. Quería producir en mi lector todo lo que leer a Edgar me provocaba a mí. Ese algo que te hace taparte los ojos con las manos durante una película de miedo, pero hacer espacio entre los dedos para no perderte ni un detalle (por terrible que sea). El terror que engancha, inquieta y te impide apartar la vista de tus propios abismos. Incluso si ahora ya tengo una voz autoral propia, estoy segura que aún queda algo en ella que remite a Poe (en realidad, a todos las autoras y autores que me formaron).
Edgar Allan Poe siempre fue una especie de pegamento familiar: mi tío me hizo aprenderme sus poemas, papá hace referencias a los casos de Dupin todo el tiempo, mis hermanos y yo nos reímos del «entonces el cuervo dijo: vete al diablo» de Los Simpson… hay influencias profundas que abarcan generaciones, las unen en algo más que la genética. Al final, se vuelven un miembro fantasma de la familia.
Poe decía que «Las palabras no tienen poder para impresionar la mente sin el exquisito horror de su realidad». Conservo esa frase cerca de mí y mi escritura: horrizarse es una forma de estar vivos, de poder traducir nuestra realidad en dulces pesadillas que nos ayuden a procesar ese mundo hostil y caótico sobre el cual no tenemos control. El terror también es una forma de resiliencia.
¡Feliz cumpleaños 212, querido tío Edgar Allan Poe! Gracias por tanto.