[5/52] La historia de mis moretones
Una mancha morada apareció repentinamente en mi piel. No le di importancia porque era una niña de seis o siete años que, como cualquiera de su edad, corría, subía árboles y disfrutaba al máximo las idas el parque. Además de todo, era torpe. Todavía soy: me pego con muebles, puertas y utensilios todo el tiempo. Ver morados en mi cuerpo era normal. Al menos hasta que colonizaron mis piernas de niña. Manchas rojas que adoptaban tonos azulados muy lento. Se desvanecieron junto con la anemia que me las causó gracias al tratamiento médico y una dieta especial. Aún así, me dejaron una advertencia de por vida: si veía moretones que no me dolían o no tenía explicación había que ir corriendo al médico. Ahí empezó mi hipervigilancia con los moretones. En cuanto veía uno lo medía, lo presionaba para ver si dolía y era testigo de su evolución hacia la inexistencia cada día.
Cuando empecé a entrenar artes marciales y tuve mi primer celular con cámara, agarré la costumbre de fotografiarme los moretones. Añadí un paso más a la rutina: detectarlo, apretarlo, asegurarme que dolía y tomarle al menos una foto diaria. En un punto, llegué a tomar mis colores o mis pasteles para tratar de igualar los colores de mis fotos. No es que sea una buena dibujante ni nada de eso, sólo se me da bien replicar colores de hematomas. 10 años de mi vida dedicados al Karate me dejaron también con un entendimiento especial de los morados, verdes, rojos y azulados.
He seguido al pendiente de mis hematomas el resto de mi vida, no creo que esta manía se me vaya nunca. Le saco la foto del día al tobillo moradísimo. Pienso cuales colores serían los indicados para replicarlo. Duele un montón, pero mejora y será efímero como todos sus hermanos. Quizá, está obsesión con mis heridas es la forma que tengo de recordarme que es posible sanar y que las marcas sí desaparecen.
Escrito mientras escuchaba: https://open.spotify.com/album/4rcinMUHEWOxpIwJo2sf22?si=i1Eo1hLuT0qFhzJHpVewnw
