[5/52]¡No se lo merecen!

Edna Montes
4 min readFeb 5, 2021

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Foto de https://lostkisses.wordpress.com/2007/03/27/los-pilones/

Por azares del algoritmo, YouTube me sugirió varios videos de comerciales de los años 90. Me puse a verlos pensando que me traerían buenos recuerdos. La nostalgia hace de las suyas. Sí me trajeron recuerdos, no todos buenos. Ni los Trix con forma de frutita, ni la Tustibota con sus regalos, ni la promesa de nuevos capítulos de Sailor Moon o el codiciado juego de química Mi Alegría lograron vencer el cinismo de mi yo adulta. Leer entre líneas (o lo que en la universidad me machacaron como «Análisis de contenido») es un defecto profesional que no logro superar, para horror de mi terapeuta.

Corte a 1995, cuando la Edna de 10 años y su familia pasaban por lo mismo que buena parte de los mexicanos: una de las peores crisis económicas de la historia moderna. Recordar es un proceso agridulce. Lo mismo me vienen los días de jugar Turista Mundial, que los de comer sardinas en lata porque no había dinero para otra cosa. Las infames planillas de «Pilón» que se acumulaban en un cajón del trinchador. Los muebles de casa de mi abuela, que siguen ahí, fuertes a pesar de sus rasguños-cicatrices que atestiguan el paso de tres generaciones. Las tardes de leer con mí tío, esos últimos meses sagrados antes de que se manifestara la esquizofrenia y mis abuelos se las tuvieran que ver con el sistema público de salud. Las mañanas de sábado cuando me levantaba antes que nadie para ver la barra de anime en Caritele. Las papitas que pasaron de costar mil pesos a un nuevo peso. Los «quiero» con respuestas de «no hay dinero, hija». Comerciales de Bancomer ’95 diciendo que estaban «felices de ayudar» a la gente a renegociar sus deudas. Las colitas de jamón que mamá y tía podían quedarse en su trabajo como demoedecanes para Campofrío. Los uniformes horrendos que tenían que usar. Los días horribles de comer hígado encebollado. Que miré por la tele que le habían pegado un tiro a Luis Donaldo Colosio mientras esperaba que trajeran a mi primita bebé a casa; acababa de nacer en la madrugada de ese mismo día de marzo del 94. Adiós «Solidaridad», hola Presidente Zedillo. Mi abuela viendo las novelas mientras yo hacía la tarea en la mesa del comedor. Los días buenos en que había unos pesos extra y me invitaban un esquimo de rompope en el mercado o un «vampiro». Los moretones que me salían de la nada en todo el cuerpo, al más mínimo contacto. La dieta especial para la anemia. La adopción.

Con la pandemia me ha dado por pensar que hay años que nos ponen de cabeza la vida. Esos en los que se concentran acontecimientos y pasa de todo; para bien y para mal. Una vez leí (no me acuerdo cuándo, ni dónde) que desde el punto de vista evolutivo el miedo, el deseo y hasta la ira tienen una función práctica. La melancolía, por otro lado, es una emoción inútil porque consiste en añorar algo que hemos perdido para siempre. Papá dice que ningún tiempo pasado fue mejor, sino que nos aferramos a lo bueno para sobrevivir. Me aferro a muchas cosas de los 90 y otras me hacen pensar en el meme de «mátenme ese amargo recuerdo». También hay años en los que no pasa gran cosa, la verdad.

Perder la inocencia no se trata del sexo o todo eso que nos dijeron eran «cosas de mayores», sino de saber que la vida es compleja y (a menos que seas un criminal de guerra) es imposible dividir todo lo que haces o te pasa en «bueno y malo» o «justo e injusto» de forma tajante. Supongo que la culpa y vergüenza que atacaron a Adán y Eva en los mitos judeocristianos tenía que ver con el conocimiento de las complejidades morales. Las escalas de grises los enemistaron con su creador que, además de maniqueísta, era un bully de lo peor.

En Doctor Who, durante la corrida del 11° Doctor hay un capítulo en el que sale Vincent Van Gogh y que tiene el trofeo del producto audiovisual que más me ha hecho llorar en la vida. Cerca del final, el Doctor le dice a Amy: «Yo creo que cada vida es una pila de cosas buenas y malas. Las cosas buenas no siempre suavizan las malas, pero viceversa, las cosas malas no siempre echan a perder las buenas o las hacen poco importantes». Así es como me siento respecto a 1995 (y mi infancia entera). Me niego a idealizar los tempranos años noventa, porque como decía el comercial de Tang: ¡No se lo merecen!, pero es mi vida y, a pesar de todo, me alegra poder recordarla. Me gusta trazar ese camino sinuoso que me condujo a la Edna que soy ahora.

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Edna Montes
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Written by Edna Montes

Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.

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