[6/52] Romper el ciclo

Edna Montes
4 min readFeb 14, 2021

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Photo by Dee @ Copper and Wild on Unsplash

Hace unos días, vi que un fotógrafo comentaba en Twitter que una de sus bullies de la prepa lo contactó de repente para sacar las fotos de su boda. Él se negó, le recordó las cosas horrendas y homofóbicas que ella le dijo en ese entonces y marcó límites claros. En resumen: la mandó ALV derechito y sin escalas. Dicho sea de paso, fue muy respetuoso en el inter (mucho más de lo que merece cualquier acosador escolar). Me sentí bien al leerlo, me alegró. Ojalá haya muchos más momentos de justicia poética en el mundo. Muchas personas lo atacaron o defendieron a la bully, le dijeron al chico que «ya lo superara», «la perdonara» o «era un resentido». Otro grupito comentaba que pudo «destruirle la boda» a su bully como si abonar a la violencia y hacer daño intencional remediara algo.

Sucede que las víctimas de violencia escolar no estamos «aferradas» a lo que nos ocurrió hace tantos años. No es inmaduro de nuestra parte no perdonar a nuestros abusadores o confrontarlos cuando tenemos la oportunidad de hacerlo. Aún así, pedirles a las víctimas de violencia que actúen como si no hubiera pasado es algo recurrente en una sociedad que condona la violencia. Que, de hecho, la normaliza cuando se ejerce contra los grupos más vulnerables: mujeres, niños, personas LGTB+, neurodivergentes, ancianos, etc. Quieren que apechuguemos o seamos complacientes a pesar de las secuelas que, en muchos casos, nos acompañan por el resto de nuestra vida. Otras personas creen fervientemente en la quimera de una venganza terrible, como si el único camino hacia la reparación o el respeto que un abusado puede tomar fuese cruzar la línea para volverse victimario. Normalizar la violencia también nos empuja a esa disposición inmediata (y muy equivocada) de que lo natural es perpetuar el ciclo.

Ignoro si mis bullies de la escuela tienen vidas mejores o peores que yo. Sólo una me contactó alguna vez para pedirme perdón, decirme que lo había pasado muy mal esos años y que ahora al fin estaba en paz con ella misma: salió del clóset y vive cerca de la playa con su esposa. En un inesperado giro de trama, me alegré por ella. Aunque la TV nos pinte un discurso donde los bullies son los villanos, todos somos, en cierto grado, víctimas de muchas violencias que nos atraviesan. Acá entre nos, creo que mi perdón era irrelevante, que lo importante para ella era perdonarse y seguir con su vida. Una mucho mejor que aquella de nuestros lejanos 12 años: yo maltratada y ella enclosetada. Dar un paso atrás y negarse a seguir replicando el ciclo.

Los medios nos han enseñado este discurso de venganza en el que el ñoño sufrido se vuelve más productivo, famoso, rico o fuerte que su bully, como una especie de venganza poética. Eso no tiene el más mínimo sentido ¿tu dolor solo es válido si te vuelves un hit? ¿el éxito hará desparecer las cicatrices del maltrato? Además de todo la que la violencia nos arrebata, se exige a las víctimas demostrar que «lo superaron» atribuyendo sus logros a la violencia sufrida, en vez de entender que fueron A PESAR de ella. Lo que sea que he logrado lo hice por mí, no gracias a ninguna de las violencias ejercidas en mi contra.

Me gustaría que la sociedad comprenda lo tonto de la idea de que «todo ocurre por una razón». Ni el dolor ni la violencia enseñan, mejoran o fortalecen a nadie. Estoy bastante segura que la única diferencia estriba en el daño, el trauma y todo el esfuerzo que me ha costado superarlo. Sería igual de asertiva, creativa o empática (o lo que sea que la gente ama atribuir a la violencia), si lo hubiera desarrollado de forma amorosa en un ambiente seguro. No le debo nada a mis abusadores, ni mis mejores cualidades ni mis elecciones de vida, ni mis intentos fructíferos o fallidos de éxito. Lo habría logrado de todas formas y en mejores condiciones si no hubiera tenido que dedicar una buena parte de mis recursos a sanar. Cuando se sobrevive a la violencia, no se trata de un acto abstracto que ocurre discretamente por sí mismo hasta que un día cualquiera te levantas y ya «estás bien». Es algo concreto que lleva tiempo, energía, dinero invertido en terapia y más.

El resto de mis bullies no me buscarán para disculparse y, de nuevo, es irrelevante. Años de terapia me enseñaron que lo que sí importa es ser amable conmigo, dejar de verme a través de los ojos de quienes me violentaron y empezar a verme directo, sin intermediarios odiosos (no quiere decir que aplique bien la lección, sólo que al menos ya me la aprendí).

La cuestión es que, por mucho que nos duela en el ego, nosotros no le importamos a nuestros abusadores. Da igual si terminan siendo presidentes del país o en el peor fracaso que se nos ocurra. Somos nosotros los que cargamos con la herida, por injusto que eso sea. Y, para terminar de cerrarla, lo más necesario es sacudirnos esa idea de que debemos ser más productivos o exitosos que ellos. Dejar de dedicarle nuestro tiempo o recursos a nuestros violentadores, alzar la voz y poner límites también es una forma de liberarnos, de romper el ciclo.

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Edna Montes
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Written by Edna Montes

Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.

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