[7/52] No te muevas

Edna Montes
3 min readFeb 22, 2022

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Photo by Jacob Dyer on Unsplash

Mis papás dicen que era una niña tranquila. Que si me daban un libro o algo con que jugar me podía quedar «quietecita» mucho rato. Yo no recuerdo haberme quedado quieta, columpiaba las piernitas, me estrujaba las manos o recorría las habitaciones con la mirada. Quietud no es lo mismo que inmovilidad: en un paraje quieto el viento sopla, las aves vuelan o un riachuelo fluye.

El técnico acomoda mi tobillo entre bloques de hule espuma en un cilindro y me da indicaciones: «Trata de no moverte para nada». Mis pies son la parte de mi cuerpo que menos entiende el concepto de la inmovilidad. Si estoy intranquila salgo a caminar para calmarme, me gusta bailar, correr, ponerme en pie en juntas largas (como antídoto a la pasividad el home-office). A ratos, tengo miedo de que la misma tensión que pongo para no moverme tenga el efecto contrario.

Hay una perilla en mi mano. Puedo apretarla para que todo pare si me da una crisis de ansiedad, será mi amuleto por entre 30 y 45 minutos. También me ponen unos audífonos para atenuar el ruido del aparato: mitad percusiones de EBM o Industrial Gothic y mitad maquinaria de una película espeluznante de Ciencia Ficción. A ratos me recuerda una canción de Kurs Valüt o de Belladona Grave, tengo que respirar muy profundo y trasladar el movimiento a los dedos de mis manos. Imagino que es como una ola que atraviesa mi cuerpo, si le doy salida en otro lado no arruinará la resonancia. ¿Hay gente que de verdad pueda quedarse completamente inmóvil?

En la universidad, uno de mis compañeros de japonés me contó que quienes van a la prefectura de Yamagata (en específico a Dewa Sanzan) pueden ver momias perfectamente conservadas de monjes budistas, aferrando todavía sus cuentas de oración en las manos. En la zona, hay varios casos del ritual de sokushinbutsu (alcanzar la «budeidad» en vida). Creían que su muerte era un acto de redención; a través de sufrimiento alcanzarían una «Tierra Pura» donde les esperaba la iluminación y podrían velar por los seres humanos. Eso sí, un requisito era que los cuerpos de los monjes no desaparecieran. Por eso terminaron creando un método para momificarse en vida.

El silencio reina y aferro un poco la perilla de la ansiedad hasta que el técnico aparece por la puerta. Es super amable y, mientras me pongo de nuevo la bota y él hace lo posible por cuidarme la fractura, la conversación muta hasta llegar a Eurovisión. El año pasado, Ucrania envió al concurso a Go_A (una banda de electro-folk con guiños al género que tanto me recordó el martilleo de la máquina). Además, se sabe que los fans de Eurovisión hacemos bonding de inmediato.

No sé quedarme inmóvil y tal vez es algo bueno: ver mi recuperación como un camino más que como una caída.

Escrito mientras escuchaba: https://youtu.be/L3FEOtzQ3_k

Posdata ñoña:

El último monje que practicó con éxito el sokushinbutsu fue Tetsuryukay en 1877. Ese año, el emperador Meiji prohibió la automomificación en todo el país, pero el monje Tetsuryukay lo hizo de todas formas porque no iba a tirar por la borda todos los años de preparación. Cuando abrieron su tumba, tras el tiempo de espera estipulado, sus seguidores comprobaron que el maestro había alcanzado el sokushinbutsu. Para poder exhibirlo en el lugar de honor que merecía en el templo sin terminar presos (o algo peor) le dieron una manita de gato a los registros del templo y registraron la muerte de Tetsuryukay en 1862. Otras fuentes, consideran que se trató de Bukkai, quien murió en 1903. En 1961, investigadores de la Universidad de Tohoku lo desenterraron en perfecto estado, alcanzar la «budeidad en vida» le valió a sus restos el descanso en un sitio de honor de un templo.

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Edna Montes
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Written by Edna Montes

Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.

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