[4/52] Soy vulnerable, no pendeja
Esta semana el cansancio y la furia me han aplastado más de lo habitual, que ya es algo decir porque parecen unidos de forma permanente a la experiencia de ser mujer en México (o cualquier lugar del mundo). Lo que peor me pone es el Vato Meco® que OSA venir a machoexplicarnos que «no hay que exponernos» que «nos cuidemos» porque el mundo «no es un sitio ideal o seguro» (ojo, lo digo en singular, pero son legión). Mira, Filiberto Random: ¡Cállate el hocico!
Lo que estos sujetos no comprenden es que mi experiencia de vida SIEMPRE ha sido «no exponerme y cuidarme mucho». Desde niñas, nuestras madres, hermanas, abuelas, tías y todas las mujeres a nuestro alrededor nos advierten de los peligros. Desde nunca poner un pie en la calle sin haber tomado una serie de precauciones antes, hasta no quedarte sola en tu propia casa con parientes, amigos y conocidos de la familia. SPOILER ALERT: Llevo mi vida entera haciendo TODO lo necesario para cuidarme y eso no me protegió.
La primera vez que fui consciente de que ser mujer era distinto de ser hombre, fue cuando una de las maestras del kínder me dijo que no me subiera a los juegos cuando llevaba falda, porque se me veían los calzones. No entendí las implicaciones de que mi mamá incorporara a mi ropa un par de shorts de licra bajo la falda hasta muchos años después. El short fue creciendo conmigo hasta la secundaria: ahí, libramos una batalla por llevar pantalones. Los chicos se ponían bajo las escaleras para ver la entrepierna de las chicas, me alegra que en ese entonces no hubiera celulares con cámara que pudieran usar para violentarnos todavía más. Porque no importa que la escuela dijera que eran «cosas de muchachos», era violencia y ellos la estaban habilitando. Empecé a llevar el uniforme de deportes a diario aprovechando un hueco en el reglamento. La escuela prohibió que yo llevara el uniforme de deportes diario, pero no que los hombres se pusieran bajo las escaleras para vernos por debajo de la falda. La cosa sólo terminó cuando las madres se involucraron y la escuela tuvo que permitir que las chicas lleváramos pantalón con el uniforme. Entonces, las pandillas de muchachos abandonaron el hueco bajo las escaleras. ¿Dejaron de acosarnos? No, sólo buscaron formas diferentes de hacerlo.
¿Me han pasado cosas peores? Sí, Filiberto Random, porque la violencia contra las mujeres es un espectro muy amplio. Incluye, pero no se limita a: tus ansias de machoexplicarme mi experiencia de vida, la discriminación laboral, los tocamientos indeseados en el transporte público, la violación y el feminicidio. Pero no, no te debo ni mi historia ni cuentas sobre las posibles denuncias que hice o no. Aquí, el único lado deudor son ustedes: los que nos deben respeto y empatía, pero gozan de ser morosos y salir impunes.
El punto no es que el mundo sea ideal, sino que es, de facto, hostil para las mujeres. No estamos seguras nunca: ni en la calle ni en nuestras casas. No lo estamos porque la cultura en la que vivimos habilita a los violadores, los ayuda, los encubre. Vivimos con miedo: conscientes todo el tiempo de que puede pasarnos a nosotras, nuestras madres, amigas o hermanas. Tú, Filiberto Random, eres parte del problema. No te engañes. No eres aliado ni eres «bueno» cuando me dices que no me exponga y me cuide: me estás diciendo, de forma solapada, además, que cuando abusan de una mujer «se lo buscó». Es tu forma tibia y cobarde de fingir que condenas la violación cuando en realidad culpas a la víctima por «no entender cómo funciona el mundo». Pero el que no entiende NADA eres tú. Hazle un favor al mundo: cállate el hocico, ve a terapia y deja de colaborar con el sistema que nos violenta.